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December 18, 2023
Con este artículo iniciamos una serie de reflexiones sobre el culto de adoración en el Antiguo Testamento. Usaremos la imagen de un diálogo para describir el complejo mundo cultual de los patriarcas y luego su institucionalización en los días de Moisés.

“La adoración consiste en una reubicación de la vida de la comunidad de fe, de manera ordenada, pública y disciplinada. Esto se da tanto con la comunidad como con cada persona ante la presencia de Dios.

Dios es quien ha llamado a esa comunidad a la existencia y sigue llamándola a una vida de adoración y obediencia.”

(W. Brueggemann)[1]

Introducción

Con este artículo iniciamos una serie de reflexiones sobre el culto de adoración en el Antiguo Testamento. Usaremos la imagen de un diálogo para describir el complejo mundo cultual de los patriarcas y luego su institucionalización en los días de Moisés.

Nuestro interés es servir a todas las personas que en las iglesias están involucradas de una manera u otra en la preparación, conducción y evaluación de las experiencias litúrgicas en la iglesias. Como pastor por muchas décadas, sé lo difícil que resulta hacer del culto dominical una experiencia profunda y transformadora para los congregantes.

Las reflexiones que ofrecemos simplifican un mundo complejo pero al mismo tiempo representan de manera fiel la riqueza que se encuentra en la Biblia hebrea o Antiguo Testamento y subrayan aquellos elementos que, a nuestro juicio, debieran informar y permear nuestros cultos cristianos.

En el presente estudio consideraremos el tema del culto-liturgia  partiendo de los fundamentos para la adoración tal y como se enseñan en el pentateuco y de allí consideraremos la manera en que pueden y deben ayudarnos para una renovación de nuestra liturgia cristiana.

El culto es un acto profundamente espiritual e inteligente. Adoramos al Dios que se ha revelado en la Biblia, como un Dios soberano y lleno de gracia y verdad. Ese Dios nos ha dado a conocer la manera en que quiere ser adorado. No ha dejado a nuestra imaginación e iniciativa la adoración. Es una responsabilidad que hemos de asumir conciente y gozosamente. Así nos lo ha enseñado Dios en su palabra, ésta ha sido su pedagogía para la adoración.

                  Si hay una religión en el mundo que exalte la función de la enseñanza, se puede afirmar con seguridad que es la religión de Jesucristo. Se ha observado con frecuencia que en las religiones paganas el elemento doctrinal está reducido al mínimo -allí lo principal es la realización de un ritual. Pero en esto es precisamente que se distingue el cristianismo de otras religiones -en que contiene doctrina. Llega a los hombres con una enseñanza definida, positiva; reclama para sí el ser la verdad; basa la religión en el conocimiento, si bien se trata de un conocimiento que sólo es alcanzable bajo condiciones morales.    

                    ... Una religión divorciada del pensamiento diligente y elevado ha tendido siempre, a lo largo de la historia de la Iglesia, a convertirse en una religión débil, estéril y malsana; mientras el intelecto, privado de su satisfacción dentro de la religión, ha buscado su satisfacción fuera, y ha desarrollado un materialismo sin Dios. (James Orr)                                             

                  Todo culto cristiano, público y privado, debiera ser una respuesta inteligente a la auto-revelación de Dios en sus palabras y sus obras registradas en la Escritura. (John R.W.Stott). 

Es indudable que la adoración y culto cristianos necesitan estar informados por la Palabra. Por ello, necesitamos leerla con cuidado para derivar de ella las lecciones que llenen de vida nuestras celebraciones litúrgicas y honren a Dios con integridad.

Debemos al mismo tiempo reconocer que nuestras expresiones de culto están condicionadas por nuestras tradiciones teoógicas y culturales. Ello en sí no es necesariamente malo, pero en un espíritu reformado que siempre se debe estar reformando, es crucial reflexionar en nuestros cultos y enriquecerlos con las múltiples enseñanzas que la Biblia nos ofrece y a la vez desarrollar una actitud crítica ante prácticas habituales que poco nos dejan y que difícilmente nos mueven de la rutina y abulia.

Pastores, pastoras y personas encargadas de la planeación, conducción y evaluación regular de los cultos haremos bien en renovarlos y avivarlos con las muchas lecciones que la Biblia nos enseña. 

Nuestra intención al escribir estas reflexiones no son promover formas superficiales de judaizar nuestros cultos, como se práctica en muchas iglesias haciendo un uso quasi fetichista de instrumentos y vestimentas tradicionales judías. Más bien, a partir de una lectura profunda del texto del Antiguo Testamento derivamos lecciones pertinentes que pueden y deben enriquecer nuestras celebraciones litúrgicas cristianas y nuestra vida de servicio a Dios.

Por supuesto, tomamos en cuenta que los ritos y ceremonias del sistema de la Torah o Ley han cumplido su función y con la venida de Jesús ya no son  normativas para la vida cristiana (Galatas y Hebreos muestran ello claramente). Sin embargo, estamos convencidos que guardan valiosas lecciones que, para nuestro beneficio y crecimiento, debemos escuchar con atención.      

El culto como pedagogía divina de nuestra identidad, vocación, visión y misión.

Las primeras enseñanzas acerca de la adoración a Dios se nos dan en el pentateuco. Los patriarcas respondieron a la bondad de Dios en sus vidas erigiendo altares para adorar a Dios (Gen 12:7-8;13:18; 28:18; 35:14, etc.) En ellos ofrecían sacrificios mostrando así su dependencia en Dios y su gratitud por favores recibidos. En ocasiones, los sacrificios eran para pedir la intervención de Dios ante crisis de la vida.

Cuando el culto se institucionaliza, poco después de que Dios rescató a Israel de la esclavitud en Egipto, Dios, por medio de sus mediadores Moisés y Aarón, se da a la tarea de establecer formas concretas de culto para así educar a su pueblo acerca de cuestiones vitales para su existencia: La gente necesitaba aprender quiénes eran ahora, a qué estaban llamados, y cuál era su misión en el mundo. Era una nueva visión que estaban llamados a “habitar,” debían relocalizarse en esa nueva realidad.

No se trataba de aprender ciertos ritos y ceremonias y practicarlos para así agradar a Dios. No se trataba de ser gente buena y religiosa. El culto tenía propósitos altísimos que tenían que ver con la existencia misma, con la razón de ser en este mundo, y con la vocación y quehacer que tenemos en el mundo.

Así, el culto era escuela para la vida en sus múltiples relaciones: con nuestro creador y liberador providente, con la gente cercana -prójimos- y la más lejana -los extranjeros- y, por supuesto, con la creación, la tierra que Dios nos dio como mayordomía para cuidarla, servirla y hacerla fructífera. En ese sentido, como dice Pablo, la ley fue nuestra pedagoga (Gal 3:24).

El calendario litúrgico de Israel

Para lograr esos objetivos, Dios estableció un sistema cúltico con muy diversos elementos y todos ellos apuntaban al mismo fin: que el pueblo de Dios, como una nueva humanidad aprenda y modele una vida de shalom, de plenitud y disfrute de la vida en todas sus dimensiones.

Entre esos elementos componentes del culto se encontraban:

  • Celebraciones periódicas de los grandes momentos de la historia de la salvación
  • Tiempos específicos que marcaban un ritmo continuo de memoria, alabanza, gratitud y esperanza
  • Lugares concretos para las celebraciones
  • Acciones del pueblo que se expresaban por medio de un sistema de ofrendas y sacrificios que servían para expresar la vida en su totalidad y complejidad
  • Personas llamadas al servicio del culto (ministros, sacerdotes y liturgistas 

En cuanto al tiempo de las celebraciones o “fiestas de guardar,” el libro de Números caps. 28 y 29, nos da la mejor visión de cómo el tiempo marcaba los ritmos de la vida cúltica del pueblo de Dios. Era una manera estructurada y disciplinada para educar al pueblo en un principio básico: todo el tiempo de nuestra vida debe consagrarse a Dios.

  • Diariamente –Dos veces al día 28:3-8
  • Semanalmente--Sábado 28:9-10
  • Mensualmente—el día de la nueva luna 28:11-15

Además, se establecieron tres grandes celebraciones anuales (Ex 23:10-17; 34:18-26; Deut 16:1-17) de una semana de duración.

  1. La fiesta del pan sin levadura o la pascua. Una ocasión para recordar, narrar y hacer contemporánea (Brueggemann) la salida de Egipto.
  2. La fiesta de la cosecha o de las semanas. Una celebración en que toda la comunidad y en especial los inmigrantes, los levitas, huérfanos y viudas, comían y celebraban juntas la bondad y provisión de Dios.
  3. La fiesta de las cabañas o el pentecostés. Otra celebración en la que todas y todos en la comunidad estaban presentes y nadie se iba con las manos vacías. Era una celebración de la generosidad a favor de los menos favorecidos. 

Posteriormente, con el paso del tiempo, se añadirían otras fiestas que también celebraban los grandes actos de Dios en la historia a favor de su pueblo:

  1. El día de la expiación o Yom Kippur (Lev 16:30 y 23: 26-32)
  2. El año de reposo de la tierra y el año Jubileo (Lev 25). Ambas celebraciones se ocupaban del cuidado y bienestar de la tierra, es decir, tenían un fuerte e intencionado sentido ecológico y al mismo tiempo se prescribía un equilibrio social y económico particularmente para la gente pobre.
  3. El Purim, en los días de Ester (Ester 9:22, 26-32) también con un sentido social de cuidado del prójimo pobre (v. 22).
  4. Hanukka o fiesta de las luces (1 Macabeos 4:36-59), celebrando la emancipación del pueblo judío del dominio sirio.

Todas estas constituyeron el calendario litúrgico de Israel que habría de marcar los ritmos de la vida de toda la nación. Todas ellas estaban llenas de significado e intentaban nutrir la piedad de la nación alrededor de la bondad que Dios le había mostrado a través de la historia. 

Estos cuatro festivales tardíos que se extienden desde el agudo sentido de una santidad recobrada (Yom Kippur) hacia una reconstrucción de la vida del prójimo (Jubileo) hacen evidente la manera libre de la imaginación litúrgica de Israel y la manera en que se recomponía toda la vida en un mundo gobernado por YHWH.  

(W. Brueggemann, p. 19) 

Esas celebraciones surgían de un contexto histórico-cultural específico y en ese sentido nos iluminan e instruyen para incorporar a nuestras prácticas y celebraciones religiosas esos hitos históricos que surgen en nuestras propias culturas e historias particulares. Nuestras independencias nacionales; días densos de significado en los que honramos a Dios por la vida de personas clave (día de las madres, del maestro, día de la pastora o pastor, día del padre, día del niño); o  realidades igualmente significativas para nuestra fe y para la nación (mes de la Biblia, la reforma protestante, inicio de la libertad de cultos), y algunas más específicas para cada país (la matanza de Tlatelolco, la reforma liberal que dio entrada a otras creencias además de la oficial -en México, etc.)   

Lecciones iniciales para nosotros

Por supuesto, en estas celebraciones se subraya reiteradamente las realidades teológicas que subyacen a y nutren nuestra adoración y que a su vez apuntan a los temas medulares que hemos mencionado: identidad, vocación, visión y misión.

A manera de introducción subrayamos algunas de las lecciones más importantes sobre las razones del culto y la adoración: los creyentes llamados por Dios a ser suyos, adoran a Dios por razones poderosísimas. El es su creador, sustentador y redentor. Dios se da a conocer en la historia y en su relación con su pueblo como un Dios amoroso, lleno de gracia y misericordia, fiel, todo poderoso, que hace justicia y que castiga y reprende a los que ama. Es el Dios creador de todo el universo y de todas las naciones que actúa de manera clara y contundente para ser conocido. Es un Dios que se da a conocer, por sus acciones en la historia y por medio de su palabra. 

De todo ello se derivan algunos principios fundamentales que luego Israel y la Iglesia plasmarán en sus expresiones de adoración y culto a Dios. Entre ellos se encuentran los siguientes: 

  1. El culto es un llamado de Dios al creyente y es Dios el que nos da las pautas para hacerlo.

Dios nos llama a adorarle porque para ello nos ha creado. Como decía Agustín de Hipona: "Señor, tu nos creaste para ti, y nuestro corazón no tiene reposo, hasta que lo encuentra en tí."

  1. El culto, las ofrendas y sacrificios eran una muestra de gratitud a Dios y el creyente ofrecía en ellos lo mejor que tenía, de acuerdo a sus capacidades. Al hacerlo, iba contra la corriente de un mundo que hace de las posesiones un ídolo alrededor del cual gira toda la vida. El adorador al dar de lo que necesita para su diario sustento, le dice NO a una cultura de consumo, de acumulación y despilfarro.

Además. Al guardar el día de reposo, no como un acto legalista, el cristiano le niega su poder al mundo que hace del trabajo y la producción el eje de la vida para descansar y recibir las bendiciones del creador que realmente hacen que la vida sea fructífera y que florezca.

  1. El culto y sus ceremonias eran para agradar a Dios y no a los adoradores.

El culto, en consecuencia, era una manera de agradar y complacer a Dios. El adorador no iba al templo a que lo hicieran sentir bien o a que lo entretuvieran. Se presentaba como dador y ofrendante agradecido, no como receptor. Iba a la escuela de la vida a aprender cómo vivir una vida realmente significativa de servicio al prójimo.

  1. Además, en contraste con las prácticas cúlticas de las naciones vecinas de Israel, el culto no era un medio mágico para manipular a la divinidad y hacer que sus poderes estuvieran a la disposición del adorador. Todo el sistema sacrificial estaba íntimamente relacionado con el pacto de Dios con su pueblo, y, en consecuencia, se basaba en los grandes hechos salvadores de Dios que demandaban una respuesta de obediencia a su Ley. El culto era un llamado a la adoración del único y verdadero Dios y a la práctica de la justicia como requisitos para renovar la comunión personal y comunitaria con Dios.

El Señor Dios había creado en el culto sacrificial una institución que le ofrecía a Israel el camino para una comunión constante y viviente con El. La comunidad de adoradores buscaba la comunión con Yavé en las instituciones sacras para obtener la expiación, en otras palabras, para tener la seguridad de que todo aquello que interrumpe y destruye la relación entre Dios y su pueblo era removido por la sangre derramada ... las "ofrendas" representaban el deseo de limpieza, de rendir homenaje, adoración y sumisión al Señor. Con los holocaustos peticiones y gratitud se elevaban al cielo. Las ofrendas eran expresiones visibles y tangibles de sentimientos y palabras... El sistema sacrificial en el Antiguo Testamento nos muestra a una comunidad que adora al Señor con expresiones de gozo, de homenaje, de gratitud y petición. Las oraciones son escuchadas. [2]

  1. Las experiencias de culto se basaban en la conciencia histórica del pueblo. Así, el culto era una manera muy importante de formar y reformar la identidad personal y colectiva del pueblo de Dios. El creyente debía tener en mente quién era y lo que Dios había hecho a su favor, su origen, peregrinaje y el punto en que se encontraba ahora (Deut. 26:1-11). 
  1. El culto era también una ocasión para expresar alabanza y gratitud por la conciencia y reconocimiento de Dios como creador y sustentador (Salmo 104). De la misma manera, el culto surgía a partir de la experiencia de la salvación y por los muchos favores y beneficios recibidos del Señor (Salmo 103). John R.W. Stott dice después de repasar los Salmos 104-107 y 136:

Israel no adoraba a Dios como alguna deidad distante o  abstracta, sino como el Señor de la naturaleza y las naciones, que se había revelado en actos concretos, creando y sosteniendo su mundo y redimiendo y preservando a su pueblo. Tenía buenos motivos para alabarle por su bondad, por sus obras y por "todos su beneficios. A estos hechos poderosos de Dios (el Dios de la Creación y del Pacto), los cristianos agregamos el hecho más poderoso de todos en el nacimiento, vida, muerte y exaltación de Jesús, su don del Espíritu y su nueva creación, la Iglesia. Tal es la historia del Nuevo Testamento, y por eso es que hoy las lecturas del Antiguo y el Nuevo Testamento son una parte indispensable del culto. Sólo cuando volvemos a escuchar lo que Dios ha hecho podemos disponernos a responder en alabanza y adoración ... Todo culto cristiano, público y privado, debiera ser una respuesta inteligente a la auto-revelación de Dios en sus palabras y sus obras registradas en la Escritura".[3]

  1. El culto está íntimamente ligado a la vida cotidiana y por ello es expresión de ella. Las múltiples experiencias del pueblo de Dios, personales y comunitarias, encuentran su expresión el el culto. Así, las alegrías y desconsuelos, las tristezas y triunfos, las necesidades cotidianas, el pecado, la necesidad de perdón, el lamento y aún los deseos de venganza, todos encuentran expresión en el culto. De la misma forma, las experiencias de la nación, sus orígenes, descalabros, graves pecados y momentos de fidelidad y obediencia tienen lugar y son expresadas en la adoración. Sobre todo, en lo individual, familiar y nacional se celebra y reconoce la intervención de Dios, misericordiosa y fiel, a favor de su pueblo.

Aquí, pues, tenemos algunas de las lecciones para reflexionar en nuestros cultos de adoración y que nos pueden ayudar a enriquecerlos. 


[1] Walter Brueggemann, Worship in Ancient Israel (La adoración en el antiguo Israel). An Essential Guide. Nashville: Abingdon Press, 2005. p. 1. Las líneas e ideas principales de este artículo exponen muy de cerca este extraordinario libro. 
[2] Hans-Joachim Kraus, Worship in Israel (La adoración en Israel). Richmond, Va.: John Knox Press, 1966. p. 123-24.
[3] Creer es también pensar. p. 38-39.